̶ Ayer
intenté besarla.
̶ ¿A
quién?
̶ Pues a
quién va a ser, a ella.
Él
quiso darle un golpe, seco y contundente, directo en el rostro, pero se
contuvo, era más su curiosidad, sus ganas de saber qué había hecho ella ̶ y entonces ¿qué pasó?
̶ Nada,
ella volteó la cara y se despidió como si nada, pero ya habrá otra oportunidad.
̶
Claro ̶ Él sabía que no habría otra oportunidad, que ella no
lo quería besar, que de ser así no
tendría importancia que él no hubiera acertado a sus
labios. Le daban ganas de decirle que no perdiera su tiempo, que si ella lo
quisiera tomaría suavemente su rostro hasta que quedaran alineadas sus cabezas,
como planetas que se eclipsan, que cerraría los ojos y lo atraería despacito
hasta ella, que lo besaría como nadie nunca lo besará, no sólo con la boca, no
sólo con el cuerpo, sino con todo su ser. Le hubiera gustado decirle que tiempo
después le leería el capítulo número 7 de Rayuela, para que se diera cuenta que
aquel beso ya había sido escrito tiempo atrás, que le sonreiría con aquellos
labios conocidos… Pero no lo hizo, porque aquello terminó hace mucho, mucho
tiempo y como dicen por ahí: si quieres que algo nunca termine, mejor que nunca
empiece.
Toulouse Lautrec. El beso en la cama.
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