Era muy temprano y ella se disponía a desayunar un par de
huevos, fruta con queso cottage y una taza de café, era todo lo que se
necesitaba para iniciar bien su día. Los huevos dejaron de ser transparentes
para convertirse en blancos y la espesa yema tomó un color más claro. El café
estaba listo desde hace un momento y la fruta ya se encontraba picada en cubos
casi idénticos.
Ella consideraba que el desayuno debía de ser tomado con
mucha seriedad, si alguien la observara, se convencería de que aquella
cuidadosa preparación parecía un ritual mil veces ensayado y perfeccionado.
Le gustaba aquel lugar, siempre tuvo la idea de regresar a
aquel pueblo a pasar su vejez, después de todo, los recuerdos que atesoraba
eran muy buenos y divertidos, de los tiempos en los cuales sus rodillas siempre
estaban negras de tierra y en su boca nunca se quitaba su sonrisa; la carcajada
sí, porque era muy cansado y debía tomar aire en algún momento.
Se disponía a comer su fruta cuando fue interrumpida,
tocaron el timbre de su casa, como no esperaba visitas se tardó un poco en
reaccionar, finalmente, tras confirmar en su memoria que no esperaba a nadie,
se paró a abrir.
Una joven de aproximadamente 20 años, ojos curiosos, sonrisa
infantil y chinos en la cabeza, se encontraba ahí, plantada.
--Oiga señora ¿me presta su troca para casarme? --Soltó,
así de pronto, a modo de saludo. --Es que desde que la vi me gustó
para llegar a la iglesia.
La señora del desayuno interrumpido no pudo más que soltar
una carcajada.
--y ¿cuándo te casas?
--Al rato.
Sin saber muy bien cómo, aceptó. Cerró la puerta tras su
espalda y reanudó el desayuno, ya sin tanta atención. Ahora su mente había
retrocedido años, muchos años, a rememorar la boda propia.
***
Con la novedad de la boda se puso muy contenta y entonando
la música nupcial se puso a lavar su camioneta, finalmente, debía de estar lo
más limpia posible para hacerle justicia a la novia con vestido inmaculado.
Ya que se tomaba un descanso, volvió a sonar el timbre de su
casa. Detrás de la puerta encontró a un niño pequeño, al principio no le pudo
observar bien, ya que su cara quedaba oculta tras un frondoso ramo de flores
blancas.
--Señora de la troca, traigo estas flores, para adornar la
troca ¿dónde se las dejo?
La señora sólo señaló un lugar y pensó en esa nueva
costumbre de no saludar a la persona que uno tenía enfrente, al reflexionarlo
un poco más se sorprendió de que no le molestara, sino que le resultaba
divertido, así es, toda esa situación era muy divertida.
Ya que las flores estaban en el piso, el niño se hizo
completamente visible. Era bajito, moreno y con cabello despeinado, tenía los
mismos ojos que la futura novia, era su hermano.
--Si quiere le ayudo a adornar la camioneta.
A falta de un mejor material o de mayor ocurrencia (ninguno
de los dos jamás había adornado con flores una camioneta), tras mirarse y
encoger los hombros, ambos tomaron diurex
y flores, al final no se veía nada mal. El niño se fue, no sin antes dejarle la
dirección de donde saldría la novia, así como la hora en la que debía pasar por
ella.
La nueva chofer se metió a su casa, ahora a arreglarse ella
¿qué se pondría para una boda? Y más teniendo el puesto de chofer. No blanco
pero tampoco negro ¿rosa? Finalmente se puso una larga falda lila, una blusa blanca
y una mascada, también lila. Le gustaba ese color, le sentaba bien y tenía un
lindo juego de aretes, dije y anillo. Ya estaba lista.
Se subió a su troca,
fue por la novia que ahora se veía muy diferente y hasta un poco mayor, sólo la
delataba esa sonrisa.
--¡Qué padre quedó la troca! Muchas gracias señora. --Agradeció
la chica.
La misa fue sencilla, muy tranquila; el novio también tenía
cara de niño, hacían bonita pareja. Toda la familia agradeció a la señora de
la troca y la invitaron al baile. Un plato
bien servido de carnitas y unas deliciosas tortillas hechas a mano fueron la
mayor recompensa que podía pedir aquella peculiar chofer, además de la
aventura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario