miércoles, 12 de marzo de 2014

No importaba


Cuando pasó por aquel lugar tuvo la seguridad de que fue ahí en donde todo sucedió. Hace años Él le había contado que, caminando con su madre, oyó fuerte y claro, como si pasara justo a un lado de su oreja, como un hombre había eructado. 

No importaba nada, no importaba que Ella no creyera en fantasmas, ni en aquellas cosas que no tienen una buena explicación, algo creíble, casi palpable; no importaba que Él hubiera usado la palabra "intuición" ni la palabra "invisible", en aquellos tiempos cuando Ella se cuestionaba y cuestionaba a los demás acerca de todo en busca de información; tomó como reales aquellas palabras, no necesitó saber más, Él había escuchado a un muerto eructarle en la oreja.

En los años que siguieron a ese relato Ella se detenía en distintos puntos de la colonia donde ambos vivían, o mejor dicho, vivieron alguna vez. Ella disfrutaba detenerse de pronto y hacer la pregunta ¿fue aquí donde sucedió? Él nunca estuvo para disipar la duda.

Algún otro día, mientras caminaban uno al lado del otro sin atreverse a levantar la mirada, Ella pensó en lo mucho que lo quería y que, a pesar de sus ideas, creería todo lo que le dijera, sin embargo, dio gracias porque nunca salió de su boca aquel tonto ejemplo de que la luna es de queso.

Se detuvieron, llegaron al punto en donde su camino se hacía dos, ninguno se quería separar del otro, pero aquel orgullo pueril no los dejaba hacer o decir sus sentimientos. Se vieron con altanería, entonces, como si Él hubiera escuchado sus pensamientos, y quisiera hacerle una broma pesada, soltó: ¿sabías que la Luna es de queso?

Ella se sonrojó, hizo un esfuerzo por disimular y sólo negó con la cabeza, Él con una sonrisa en el rostro, miró hacia el cielo, los rayos del Sol dieron lengüetazos a su rostro y esos ojos marrón tomaron un brillo transparente. Ella aprovechó la distracción para decirle mentiroso, entonces Él volvió aquellos ojos hacia ella, esos ojos tranquilos y traviesos, Ella aguantó aquella mirada, se retaban, se querían.

No seas tonto, la Luna no puede ser de queso. Sí que puede serlo. Volvió la mirada hacia el cielo, Ella lo veía a Él, no necesitaba más, sabía que la luz vespertina la obligaría a bajar la vista. Era más entretenido verlo a Él, a Él viendo el cielo, a Él inventando una nueva mentira, a Él haciendo tiempo para estar juntos un poco más. Le daba curiosidad ¿por qué Él vería un cielo con Sol hablando de un cielo con Luna?

Se miraron de nuevo. La Luna es de queso ¿cómo es que no te has dado cuenta? La Luna de queso está en la Vía Láctea, cada noche es diferente, porque no es sólo una Luna, son muchas pero una a la vez, la leche de la Vía Láctea la va construyendo a cachos, por eso de pronto crece y de pronto alguien se la come, pero no importa porque es de queso fresco.

Entonces, sin añadir nada más, se dio la vuelta y tomó su camino, Ella lo vio alejarse, rezaba para que volteara y a la vez para que no lo hiciera, no quería ser vista ahí, plantada contemplando aquel cuerpo delgado, pero deseaba ver aquellos ojos. Nada importaba, Él nunca se daba la vuelta y ella tomaba su camino. 

Las palabras por él pronunciadas se quedaron en su cabeza, entonces alzó la vista al cielo, sonrió porque vio a la Luna, sólo un poco de ella, pero ella sin lugar a dudas. Se detuvo un poco y pensó de nuevo en las palabras sin poder desligarlas de la imagen de aquellos ojos cristalinos. Era verdad, todo aquello era completamente lógico si no ¿por qué aquellos nombres?

Siguió con su camino, como ahora, tantos años después, ya no con una mochila a cuestas, si no con su cansancio, con su desgana y sus ganas. Pensó en preguntarle al día siguiente qué pasaba con el conejo de la Luna, pero desechó la idea, no quería parecer una tonta. No hubo día siguiente. 

Esa noche, muchos años después, cuando caminaba por aquella colonia, cuando tuvo la certeza de que ahí algún muerto había eructado en la oreja de Él, Ella alzó la vista y vio a la Luna, pálida, blanca e irremediablemente de queso fresco.

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